Bésame, bésame muuucho.

Y entonces ocurrió lo que parecía estar escrito: las miradas de ambos se posaron en los labios del otro.
Podían sentir la respiración agitada, podían sentir los latidos del corazón, que exaltados, parecían un motor, a infinitas revoluciones por segundo.
Sus labios se juntaron lentamente, fusionándose. Al principio, los dos iban con miedo, podía notarse en sus besos suaves, casi transparentes.
Pero, poco tiempo después, el miedo se disipaba: le podían las ganas de amar. Abandonaron su mente, para entregarse plenamente el uno al otro. Los besos se tornaban más rápidos, ardientes, casi, sólo casi, prohibidos.
No necesitaban nada más; solamente aspirar el aliento del otro, su aroma, su tacto, su sabor.
Y esas descargas eléctricas, que emanaban de sus bocas, y recorrían el cuerpo, un voltaje de hormonas, de sentimientos, y esa dulce introducción al caos: también llamada amor.

"No necesitaban nada más; solamente aspirar el aliento del otro, su aroma, su tacto, su sabor."