Ayer, mi tía me contó una historia que me llegó hacia adentro:
Mi abuelo, un ateo de toda la vida, se moría de cáncer. Cáncer de pulmón para ser exactos.
Estaba mal, la metástasis se le había extendido demasiado.
Mi abuela, como siempre quería imponer sus normas, llamó a un cura para que le diera la extrema unción.
Y, aunque cuando la gente se muere, se aferra a la religión, por muy no creyente que sea,
mi abuelo defendió sus ideas hasta el final.
Al darle el cuerpo de cristo, mi abuelo, educadamente, se lo sacó de la boca, diciendo que no quería a nadie en sus entrañas.
Mi abuela lo acusó de blasfemo, y dejó de hablarle, hasta el puto de no darle el último adiós.
No he tenido el gusto de conocer a mi abuelo, pero desde luego, yo, seguiría sus pasos.
Yo defendería mis ideas hasta la mismísima muerte, y no me dejaría controlar por nadie.
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