jueves, 28 de julio de 2011

Quererse, y demostrarlo.



La llamada de Daniel fue como una bendición, como una tormenta en plena sequía.
En cuanto abrió la puerta, Samantha se tiró a sus brazos, y le propinó un súbito beso, violento, pero sensible y pasional al mismo tiempo.

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Hubo un silencio, que pareció no ser nada, porque estaban absortos mirándose el uno al otro.
-Ven, pasa. –dijo Sam. Hoy tenía un buen presentimiento, hoy sería un día especial y distinto.
El trayecto hacia su habitación se hizo eterno. Al llegar, la puerta estaba abierta, al igual que las ventanas, que daban a un parque, verde y precioso.
La habitación, estaba impoluta: el escritorio, tenía hojas organizadas y bolígrafos en cubiletes. Las paredes se rodeaban de pósters de Pink Floyd, Slipknot, Nirvana e incontables más.
Daniel se sentó en su cama. Cómoda y mullida. Y esperó a que ella hiciera lo mismo.
Sam, se sentó  a su lado, aunque no por mucho tiempo. Porque entre beso y beso, ya estaban tumbados en dicho mueble.
De vez en cuando, sus miradas se cruzaban. Eran tan intensas… Sam tenía ojos marinos, grandes y felinos, y Daniel no podía resistirse a ello.
Entre susurros y caricias, Daniel se quitó la camiseta, y dejó al descubierto su dorada piel, sus clavículas, su cuello, su ombligo. Todo, absolutamente todo, pertecto. Y volvió a besarla. Esta vez, fue tan dulce, que Sam pensaba que iba a sufrir una hiperglucemia.
Las manos de Samantha ascendían por la espalda de Daniel. Risas. Y no se quedó quieta. Volvió a bajar, y subir. Más risas. Y acabó quitándose la camiseta, y tirándola al suelo.
Ambos temblaban y jadeaban, casi no podían respirar. El calor era excitante. Y Dan comenzó a besar el cuello de porcelana de Sam. Siempre se le ponía la carne de gallina. Y siempre tenía ganas de más.
Un ruido proveniente del estómago de Daniel  hizo que Sam riera.
-Parece que tienes  hambre.
-Sí. De ti. ¿Te puedo comer?
-¡Ja.ja! ¿Lo dudas?
Entonces, Sam se sentó encima de él. Era preciosa vista desde abajo, pensaba Daniel. Se inclinó hacia él, y le mordió el labio, como sólo ella sabía hacerlo.

Y eso, incitó a Dan a quitarle los pantalones. Lentamente, no hay prisa. Le gustaba el roce de su tacto con su piel. Daba descargas eléctricas y escalofríos. Algo de lo que jamás se cansaría. Pudo contemplar su ropa interior. Sexy. Muy sexy.
Ante la mirada expectante de Dan, Sam hizo lo mismo.  Y él se puso encima.
-Te amo. – susurró al oído de Sam. Haciendo que todo su cuerpo se estremeciera. Cómo le gustaba que se lo dijera… hacía que lo quisiera aún más.
Y todo se tornó aún más cálido. Sam recorría todo su cuerpo, y Dan hacía lo mismo. Esas caricias eran tan necesarias como el aire que respiraban. Eran adrenalina. Eran fuego, eran magia.
Dan intentó desabrocharle el sujetador, pero vio que era complicado. Nunca había hecho nada parecido, y estaba nervioso. Pero mereció la pena tanta expectación con el enganche.
El sujetador negro se deslizó hacia abajo, mostrando su pecho.
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-Me da vergüenza que me veas. – Sam, se tapó nerviosa.
-¿Por qué dices eso?
-Son pequeñas…
-Son perfectas. –Con sus manos, acarició su piel. Éxtasis.
Ella se dejó ver. Dan no entendía por qué decía esas estupideces. Ella era perfecta. Guapa. Inteligente.
La vergüenza se disipó entre ellos. Y terminaron de eliminar la ropa que sobraba. Hacía mucho calor, estaban sudados y tenían las mejillas ruborizadas.
Estaban en eso juntos.
Y a los dos se le vino a la mente la misma pregunta.
-¿Tienes un…?
-Sí, sí. Llevo uno en la cartera.
El sexo es sano, necesario y vital. Pero, ante todo, seguro.
Cuando terminó de “asegurar”, se acercó a ella. Lentamente. Y recuperaron la posición que tenían antes: ella tumbada, con la cabeza encima del colchón, y él sobre ella. Y entonces, comenzó a  hacerla suya.
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La virginidad es algo que se pierde una vez. Y ha de ser mágico. Y con la persona que deseas. Y ellos estaban haciendo justo eso.
Sam se estremecía. Era doloroso.
-¿Estás bien? ¿Paro? –Dan se quedó quieto.     -No pares…estoy bien. –Susurró suplicante ella.
Pronto el dolor cesó. Y los dos, con ritmos acompasados, respiraban profundamente. Era la música idónea. El respirar, susurrar, jadear. QUERERSE Y DEMOSTRARLO. Es así.
De alguna manera, Dan se las ingenió para abrazarla. La quería. Nunca había sentido nada igual. Y era ella la responsable.
Fue perfecto. Ardiente y pasional. Dan se incorporó y se echó a su lado.
-Dios mío…no tengo palabras, pequeña.
-Yo tampoco. Bueno sí, dos. Te amo. –el  mostró la sonrisa más amplia que sabía hacer. La abrazó de nuevo.
- Y yo a ti mi vida.

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